Responsabilidad digital

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Solo habíamos estrenado ocho días del nuevo año cuando Twitter decidió suspender permanentemente la cuenta del entonces presidente de Estados Unidos, @realdonaldtrump. A eso se sumaron cancelaciones temporales y permanentes en Facebook, Instagram, YouTube, Twitch, Reddit, Tiktok, Apple, Snapchat e incluso Pinterest, entre otras.about:blankabout:blankabout:blankabout:blankabout:blank

¿Por qué? Según Twitter, y la argumentación toral del resto de redes sigue la misma línea, por haber incitado a la violencia a través de sus publicaciones. Ya antes Trump había irrespetado las normas de Twitter, pero el 6 de enero marcó un parteaguas. Ese miércoles una horda de seguidores suyos asaltó el Capitolio con la supuesta intención de atacar a senadores e incluso al exvicepresidente Mike Pence.

En cuanto a que “las redes deben ser reguladas por el Gobierno”, en un primer momento el Senado de EE. UU. increpó a Apple, Amazon, Facebook y Google por su creciente poder y monopolio en ámbitos políticos, culturales y económicos.
Posteriormente agregó a Twitter al combo para discutir una legislación que, por ahora, exime a las plataformas de asumir alguna responsabilidad por el contenido que publiquen sus usuarios. En cualquier caso, si optáramos por esta vía, ¿quién regula al regulador? y ¿bajo qué criterios se haría tal regulación?

Urge entender y asumir nuestra ciudadanía digital. Inicialmente el término, acuñado por Mark Ribble y Gerald Bailey, buscaba educar a adolescentes sobre las oportunidades y riesgos del uso de la tecnología. Tres de nueve pilares de este concepto cobran particular importancia ahora. Primero, el internet da voz a cualquiera que lo necesite, lo cual requiere de interlocutores empáticos, conscientes y responsables de sus reacciones en línea y en la vida real.

Segundo, en el entorno digital, igual que en la vida real, existen leyes que todos debemos cumplir. Es importante conocer las normas y regulaciones vigentes dentro y fuera del ciberespacio.

Tercero, la importancia de procurar la propia alfabetización digital. Esto incluye ser capaces de diferenciar entre contenido real y falso, cuyo impacto puede ser negativo para uno mismo y para otros. Constantemente las fuentes oficiales y medios establecidos deben aclarar bulos que circulan sin parar por redes y chats.

Al centro del debate sobre lo dañino o beneficioso que puede ser lo digital —tecnología, internet, redes sociales— está el actuar de cada uno de los usuarios. Las redes no fueron creadas con el concepto de foro público, aunque en eso las hayamos convertido. El documental El dilema social explica bien su objetivo principal: que prolonguemos al máximo nuestro tiempo de permanencia en ellas. Hemos sido nosotros quienes hemos dado forma a las razones que nos mantienen ahí.

Este es un debate que apenas está empezando y que requiere de un foro diverso de voces para llegar a un mínimo acuerdo social. Lo que no hay que perder de vista es el riesgo que conlleva la propuesta de un control gubernamental sobre derechos ya ganados en el mundo real. Ejercer el derecho a la libre expresión del pensamiento es vital para toda sociedad y no debe ser negociable.

Mientras tanto, ¿qué tal apostarle primero a la autorregulación digital?

Fuente: Editorial de Prensa Libre