Avanzamos hacia una era de desinformación sistémica, y no es razonable atenuar la gravedad del problema.
Siempre ha habido mentiras y manipulación, pero ahora contamos con los ingredientes necesarios para que se utilicen como arma de desestabilización social, política y, finalmente, institucional. La crisis del coronavirus muestra tanto la presencia como la relevancia de la desinformación. Los contenidos que mejor se difunden en redes sociales provocan emociones primarias, y lo que más fácilmente se viraliza es la ira. El miedo, la ira y la indignación son alimento del odio. Y este se convierte en el aliado perfecto de la simplificación de los problemas, del frentismo, del populismo y, por lo tanto, del debilitamiento de las instituciones y estructuras democráticas. No, no estamos ante un enemigo menor. Hay que tenerle mucho respeto y asumir que se trata de un rival fuerte y peligroso. Y debemos plantarle cara. Existen soluciones sociales, políticas y legislativas. ¿Con qué herramientas contamos, para dar una respuesta personal? ¿Cuál es el mecanismo principal para protegerse frente a la desinformación?
Alejarse digitalmente de las personas que difunden contenidos supuestamente informativos que provocan emociones primarias. Eso lleva a renunciar al uso de Facebook como fuente para informarse. Esta red social genera espacios de confianza porque ofrece a sus usuarios áreas protegidas, abiertas únicamente a los conocidos. Las recomendaciones de los allegados tienen un mayor impacto y eficacia, y por eso los contenidos compartidos son los más propensos a la difusión de noticias falsas. El mismo diagnóstico sirve para WhatsApp: contra la desinformación, resulta sano darse de baja de grupos que difunden información política y social ligada a enfado, indignación o rechazo. Instagram, por el momento, no es ni estorbo ni remedio. Está en un mundo bastante alejado de la información.
Nos queda Twitter. Empecemos reconociéndolo sin ambages: actualmente Twitter forma parte del problema de las noticias falsas y la desinformación sistémica. Pero, al mismo tiempo, es la principal plataforma para liberarse de ellas y crecer en criterio personal. Empiece a seguir a periodistas de prensa escrita, radio o televisión que considere que tienen solvencia y prestigio profesional. Cuantos más, mejor. Huya en Twitter de cualquier usuario que insulte a alguien con quien no está de acuerdo. No les dé una segunda oportunidad. También esquive a gente que no aporte análisis y reflexiones. No pierda el tiempo con políticos, cuentas oficiales de medios de comunicación y periodistas que solo razonan desde la crítica a rivales. Francesc Pujol
Fuente: Diario de Centroamerica